En 1991, el caso Boudarel sacó a la luz pública la dolorosa y trágica suerte de los 36.979 soldados franceses del CEFEO (Cuerpo Expedicionario Francés en Extremo Oriente), prisioneros de guerra y desaparecidos en combate en Indochina, mientras la guerra empezaba a borrarse de la memoria de los franceses tras la clausura de la Conferencia de Ginebra en 1954.

No fue hasta la victoria completa de los comunistas en Vietnam en 1975 y, sobre todo, a partir de la oleada de conmemoraciones y reconocimientos oficiales de los años 1980-90 a los prisioneros de guerra del CEFEO en Indochina, que los medios de comunicación franceses se movilizaron y la opinión pública se conmovió por el padecimiento de los supervivientes del gulag vietminh. Comenzaron a oírse por vez primera acusaciones de crímenes de lesa humanidad o incluso de genocidio contra la política del Viet Minh para con los militares cautivos.

Cerca del 60 % de los prisioneros murieron bajo custodia vietminh. No obstante, ese porcentaje palidece ante el de los 1900 prisioneros de los Campos 2, 4 y 5 que fueron capturados en la carretera colonial RC4 entre septiembre y octubre de 1950: tan solo 32 supervivientes regresaron al Campo 1 en agosto de 1952, lo que representa una insólita tasa de mortalidad del 98 %. Por lo que respecta a los 10.000/12.000  soldados del CEFEO hechos prisioneros en Dien Bien Phu, el 70 % no vivieron para contarlo.

Georges Boudarel, acusado de crímenes de lesa humanidad por la supuesta tortura de prisioneros del CEFEO (entre ellos sus propios compatriotas) en el campo 113 en Lang-Kieu, fue un profesor de instituto francés que eligió pasarse al lado de la resistencia Vietminh, dentro la cual, durante un año, aceptó ser propagandista para ‘reeducar’ a sus compatriotas prisioneros de guerra y convertirlos en guerreros de la paz y adalides anticolonialistas.

Boudarel regresó a Francia en 1968 beneficiándose de una ley de amnistía aprobada en 1966. Pero cuando los veteranos de la Asociación de ex prisioneros de Indochina (la ANAPI) reivindicaron el reconocimiento del gobierno francés y exigieron el mismo estatus que los prisioneros deportados de la Segunda Guerra Mundial, G. Boudarel se convirtió en el objetivo ideal tanto de la ANAPI como de la prensa gala.

El controvertido Georges Boudarel, en Indochina.

Boudarel fue librado a la condena pública al ser acusado de deserción y, sobre todo, de haber infligido torturas que llegaban hasta la muerte. Tras una sucesión de siete juicios en los que, paulatinamente, la acusación inicial fue reduciéndose hasta la de haber practicado ‘tortura moral’ y descuidado la suerte de los prisioneros hasta el punto de dejar morir a algunos sin socorrerlos, el tribunal sobreseyó la causa en 1997.

Los recuerdos de este cautiverio durante la guerra han sido recordados muchas veces por veteranos y civiles franceses en más de una veintena de libros publicados entre 1969 y 2007. Todos los prisioneros de guerra que escribieron memorias sobre su cautiverio coincidieron en que lo peor de su odisea fue la inculcación de un sentimiento de culpabilidad mediante la aplicación de métodos de tortura moral, más la extrema escasez de alimentos y los malos cuidados médicos, por no llamarlos desatención médica premeditada.

Para llegar a los campos de prisioneros, algunos de los cuales se encontraban a 800 km de Dien Bien Phu, los detenidos recorrían cada noche una veintena de kilómetros. Unos 2500 de los más de 10.000 hombres capturados por los vietminh en Dien Bien Phu no lograron sobrevivir a estas marchas forzadas de camino a los campos. Además, la Cruz Roja nunca fue autorizada a visitar los campos y los prisioneros que a su vez eran médicos tenían, con muy pocas excepciones, prohibido atender a sus compañeros y no podían agruparse en el campo de oficiales.

Una de las letales marchas de prisioneros hasta los campos de concentración.

La comida se distribuía dos veces al día, por lo general en un desorden indescriptible. Esta consistía únicamente en una bola de arroz sin condimento o acompañamiento alguno a causa de la escasez de sal, aceite o cualquier otro condimento.

El campo número 1, donde estaban presos los oficiales franceses no estaba rodeado de alambre de púas, al igual que los demás campos de prisioneros repartidos por los pueblos de montaña. Tampoco había torres de vigilancia ni reflectores para detectar a los fugitivos. La razón es que los prisioneros convivían con los nativos en las aldeas montañosas, y eran estos quienes ejercían de ‘ojos y oídos’ del Viet Minh. Toda la región constituía así un verdadero laberinto del que no existía posibilidad práctica de escapar, según admitió el vietnamita nacionalista Ky Thu en su libro Cerrando el pasado doloroso.

Ubicación geográfica de los campos vietminh.

Un teniente francés, capturado en febrero de 1954 en Dien Bien Phu, describió su estado físico y psíquico de esta manera: “Con nuestra exigua ración de arroz, evidentemente nos acostábamos con hambre. Yo ansiaba la llegada de la hora de dormir, pero paradójicamente también la temía, porque el insomnio, debido al hambre, la sarna, los parásitos intestinales y sobre todo la disentería, me impedía relajarme, no físicamente, sino sicológicamente. Como la mayoría de personas solas ante el peligro, me refugié en la oración.”

Los soldados enemigos en manos del Viet Minh se habían convertido en material de propaganda y debían servir o morir según el lugar, el momento y las circunstancias. Los prisioneros liberados regresaron exhaustos, en un estado esquelético solo comparable al de los judíos liberados de los campos de concentración nazis. La mayoría tuvo que ser hospitalizado y sus testimonios de la vida en los campos vietminh evocaban el infierno experimentado en los campos de exterminio de la Alemania nazi.

¿Auschwitz? No, Vietnam del Norte.

A lo largo del conflicto se organizaron convoyes de liberación con nombres evocadores: “Henri Martin”, “Raymonde Dienne”, etc. Grupos de individuos demacrados, sucios, famélicos, más parecidos a zombis que a seres humanos vivos, hablando un lenguaje a veces ininteligible para los soldados del CEFEO, se presentaban ante las puertas de los fuertes franceses para ser liberados.

Entre agosto y septiembre de 1954, una comisión bilateral franco-vietminh creada después de la Conferencia de Ginebra y con sede en Trung Gia, propició el intercambio de 65.000 boedoi (nombre dado a los prisioneros de guerra vietminh por su chaleco acolchado llamado Bo-Doi) en retorno de 10.754 soldados franceses y vietnamitas nacionalistas y anticomunistas.

En 1950, Léo Figueres obtuvo la liberación de 52 rehenes franceses, incluidos ancianos y niños tomados en Hongay, a cambio de la liberación de cientos de prisioneros del Viet Minh. Pero el ejemplo paradigmático de la angustia y el dolor padecidos por los militares del CEFEO en manos del Viet Minh es el teniente coronel Huynh Ba Xuan, quien ostentó el dudoso honor de ser el cautivo más antiguo del gulag Vietminh tras la Guerra de Indochina.

Nacido el 23 de diciembre de 1929 en Bac Lieu, Cochinchina, colonia francesa, el teniente coronel Huynh Ba Xuan se graduó en la Escuela de Infantería de Coëtquidan y en la Escuela de Blindados de Saumur en 1950. Ayudante de campo del General de Lattre en 1951 en Indochina, se desempeñó como jefe de estado mayor de operaciones en Nasán en 1952 y luego comandó el subsector Hung Yen en 1953. Fue capturado en combate en la carretera provincial RP39 en abril de 1953. Liberado en mayo de 1976, se reencontró con su madre en Ho-Chi-Minh-City y recuperó sus papeles militares.

El teniente coronel Huynh Ba Xuan.

El teniente coronel Huynh Ba Xuan fue víctima del gulag Vietminh durante 23 años, la detención más larga conocida en Vietnam. Tras su liberación, Huynh Ba Xuan recibió la Orden de la Legión de Honor de manos de las autoridades militares francesas durante la ceremonia de conmemoración del armisticio de la Primera Guerra Mundial, el 11 de noviembre de 2004 en Rennes.

Con independencia del caso Boudarel y de su desenlace, el carácter generalizado de las muertes en los campos plantea interrogantes sobre el trato que sufrieron los prisioneros y, en consecuencia, sobre la política aplicada por el gobierno de la República Democrática de Vietnam. La respuesta a estas preguntas requiere recordar previamente las características y dimensiones del conflicto político y militar que enfrentó a franceses y comunistas vietnamitas —y otros indochinos— entre 1946 y 1954.

Después de la capitulación del Japón, la Guerra de Indochina comenzó tan pronto como se produjo el desembarco de las primeras unidades militares francesas en septiembre de 1945, a pesar de que 1946 es el año que los historiadores escogieron como el inicio del conflicto; una tregua, marcada por incidentes sangrientos, fue establecida por los acuerdos franco-vietminh del 6 de marzo de 1946 y fue violada el 19 de diciembre de 1946 por la ofensiva Vietminh en Haiphong.

El Ejército Popular de Vietnam (el APVN, la fuerza armada del Viet Minh fundada por Giáp en 1944) ganó su primera gran batalla, conocida como RC4 o Batalla Fronteriza en octubre de 1950. Mientras que, con anterioridad, el número de prisioneros era muy bajo porque las unidades guerrilleras vietminh no tomaban prisioneros, entre 1950 y 1951, el Viet Minh se vio un tanto superado por la elevada cantidad de prisioneros (en su mayoría locales) en sus campos.

A los ataques de guerrillas del Viet Minh les sucedió una guerra parcialmente convencional —puesto que no excluía completamente las acciones de guerrilla—, una guerra de movimientos que involucraba a enormes dotaciones de infantería, tropas aerotransportadas y artillería pesada. Este cambio se produjo a partir del año 1950 cuando el victorioso ejército comunista chino llegó a la frontera con Tonkín.

A partir de entonces, la República Popular China se convirtió en un santuario para el Viet Minh y le brindó un importante apoyo logístico junto a una creciente influencia ideológico-política frente a la que Estados Unidos respondió concediendo a Francia un apoyo militar y logístico casi ilimitado en la península de Indochina. De guerra colonial o de recuperación colonial se pasó al enfrentamiento físico mediante proxis entre los dos grandes bloques ideológicos del siglo XX.

Lo que para los vietnamitas comunistas y, desde luego, para los de corte nacionalista y anticomunista fue una resistencia nacional armada, acabó por convertirse en un conflicto ideológico. Conflicto que evolucionó de acuerdo con la evolución de las relaciones internacionales al encajar como un guante en la incipiente Guerra Fría. En un abrir y cerrar de ojos, la guerra de reconquista colonial se fundió con la cruzada contra el comunismo, así como la guerra de liberación nacional se presentó como la guerra antiimperialista y anticapitalista.

A todo ello habría que sumar que en Indochina no hubo declaración de guerra entre franceses y vietnamitas. Estos llaman al conflicto ‘guerra de resistencia’ (contra la reconquista francesa), mientras los franceses al principio hablaban de operaciones policiales o pacificación. Tanto es así que el coronel Robert Bonnafous, ex prisionero de los vietminh, la describe como una “guerra colonial en la que no queremos reconocer al adversario como beligerante. Como resultado, en este conflicto, Francia no puede encontrar interlocutores válidos.”

El libro del coronel Robert Bonnafous.

Precisamente debido a ello, una de las consecuencias fue que el gobierno de la República Democrática de Vietnam, que lideró la resistencia vietnamita, accedió a firmar muy tardíamente (tanto como en 1954) la Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra, con las consecuencias que ello tuvo para los prisioneros del CEFEO durante los ocho años de conflicto.

Pero la consecuencia más importante que trajo consigo la guerra colonial fue de orden psicológico: para los presos, el cautiverio supuso un giro de 180 grados en la relación dominante-dominado. Los otrora amos (en realidad eran soldados cumpliendo órdenes) se encontraron a merced de quienes estaban sujetos a la dominación. Así, la condición de preso se vio agravada por una humillación inversa porque los tribunales políticos enfatizaron los delitos de dominación y exigieron a los presos el reconocimiento de la opresión colonial.

Se tiene conocimiento de que en algunos campos la acusación de opresores o criminales de guerra la hacían miembros colonizados de la fuerza expedicionaria (senegaleses o norteafricanos) a quienes recaía el papel de acusadores contra sus compañeros franceses o europeos blancos.

El general Giáp ante prisioneros africanos del CEFEO.

Esta inversión de la jerarquía socio-racial (socio-étnica si se prefiere) y política —la jerarquía colonial— se encuentra en el epicentro de la cuestión de los presos porque explica que ellos, y en particular los oficiales, eran particularmente sensibles al trauma psicológico del trato infligido.

Sin duda, tenemos la mayor dificultad para imaginar cuál fue la situación de pérdida para un cierto número de ellos que lucharon en las Fuerzas Francesas Libres o en la resistencia interna y que liberaron a Francia de la ocupación alemana. Su pasado heroico fue un punto vulnerable que los propagandistas del Viet Minh explotaron al máximo.

Uno de los prisioneros de la RC4 relató en forma de crónica la marcha forzada que realizó por las montañas y en la que describió la falta de preparación y el caos que reinaba en la región de la carretera colonial RC4. Cuando se formalizó el campo 1 en 1951, a falta de resolver los problemas logísticos, el Viet Minh liberó antes de tiempo a varios prisioneros, tras negociaciones en las que resultó que no siempre sabían dónde estaban sus prisioneros.

En 1954 había unos 130 campamentos ubicados en áreas de difícil acceso, insalubres en su mayoría, y donde las posibilidades de incursión de las fuerzas francesas eran bajas debido a la lejanía con la civilización. Los más importantes estaban en Tonkín, no muy lejos de la frontera con China, en la cuenca del río Claire.

Las condiciones de vida se caracterizaban por una precariedad absoluta y la ausencia de todo lo necesario para la supervivencia de un europeo: carencias alimentarias, desnutrición, alimentos muy insuficientes en cantidad y calidad, todo lo cual se conjugaba para crear un estado de salud física y mental deplorable. La mayor parte del tiempo el campamento no disponía de médico ni de medicinas, contribuyendo de manera enorme a que la tasa de mortalidad fuera tan alta en general.

Existe disparidad de opiniones sobre las causas del holocausto que costó la vida a dos tercios de los soldados del CEFEO prisioneros del Viet Minh. Para algunos, las condiciones naturales agravadas por la falta de preparación, cuando no la negligencia del Viet Minh, son responsables de la altísima tasa de mortalidad.

Para otros (especialmente los que hicieron campaña contra George Boudarel) las causas humanas son decisivas. Al igual que todos los países comunistas, la URSS y China en particular, en la mayoría de los campos de prisioneros del Viet Minh también se practicaba el lavado de cerebro.

Las condiciones de vida en los campos eran inhumanas.

Los métodos variaban según las zonas geográficas dentro del propio Vietnam, los períodos de la guerra y el origen de los reclusos —europeos, norteafricanos, subsaharianos o asiáticos. La tortura sicológica o lavado de cerebro tuvo un importante impacto psicológico en los detenidos y provocó la muerte de un gran número de ellos. El coronel Bonnafous denunció una política doctrinaria tan mortífera como la enfermedad y el maltrato.

Se tiene constancia de que el Viet Minh siguió el consejo del general chino Chen Geng, jefe de la misión militar china, quien recomendó un trato político a los prisioneros, es decir, la reeducación que los comunistas chinos ya practicaban en casa. Se prometió la liberación a los presos que adhirieran a las consignas ‘paz en Vietnam’ y ‘repatriación de la fuerza expedicionaria’ y que accedieran a firmar peticiones en este sentido o cartas de reconocimiento a la clemencia del presidente Ho Chi Minh, junto a una autoinculpación declarándose lacayos del imperialismo.

Siguió un juego de toma y daca al que se prestaron los propios prisioneros y que a veces se consideraba como un juego para ellos, sin mencionar que muchos comandantes de los campos hacían chantaje a los prisioneros disminuyendo o aumentando las raciones de comida, aumentando o reduciendo los trabajos forzosos para doblegar a los presos.

Sea como fuere, el Viet Minh realizó una doble operación de propaganda liberando a los heridos y enfermos y a los que él consideraba como liberados y devueltos al CEFEO. En total, de 1947 a 1953 fueron puestos en libertad 3.563 prisioneros, pero algunos de ellos estuvieron bajo la sospecha de haberse convertido en agentes del comunismo y fueron sujetos a vigilancia y se les apartó de la carrera militar. Francia se comportó con alguno de sus ex prisioneros de la misma manera que el macartismo lo hizo en los Estados Unidos con los sospechosos de ser comunistas.

En cuanto a los prisioneros de origen indochino, poco sabemos de ellos salvo que fueron considerados traidores y que se les mantuvo en cautiverio en condiciones muy severas durante mucho tiempo (hasta alrededor de 1973) como lo demuestra la dolorosa historia del teniente coronel Huynh Ba Xuan.

La altísima tasa de mortalidad en los campos de prisioneros del CEFEO apresados por el Viet Minh no es el resultado de un genocidio, entendido como la eliminación programada de un grupo humano, ni de una masacre intencional a gran escala. Al menos esa sería la conclusión más justa o menos sesgada.

El tratamiento psicológico de los presos, una suerte de tortura moral, potenciaba un ambiente natural tropical patógeno, en particular para los europeos, mortífero por sí solo, mientras sus carceleros, los vietminh, no controlaban una situación que no habían previsto y que los había desbordado por su magnitud y rapidez.

Sin embargo, casi todos los presos que escribieron sus memorias solo conservaron de su cautiverio la tortura mental agravada por la privación de alimentos y la mala atención médica, a veces premeditada. Esto nos lleva a la conclusión de que quizá, solo quizá, sí hubo en el Viet Minh la voluntad de aniquilar a un número elevado de extranjeros y traidores locales para dejar una honda impronta en la psique del enemigo.

Según un artículo publicado por el rotativo francés L’Express en 2018, en la actualidad, en la península de Indochina pero sobre todo en Vietnam, todavía yacen en lugar desconocido los restos de 15.000 soldados del CEFEO (franceses y de otras procedencias) esperando ser encontrados, exhumados y repatriados.