La Rebelión de los Bóxers (义和团, Yihetuan), también llamada Levantamiento Bóxer, fue la última revolución popular de la dinastía Qing, puesto que la Revolución de 1911 fue protagonizada por la burguesía con casi ninguna participación del pueblo. Los Bóxers fueron un movimiento antiextranjero impulsado por la humillación infligida a China por el Tratado de Shimonoseki, la agresiva intrusión del cristianismo en la tradición popular y, como detonante histórico, la invasión alemana del golfo de Jiaozhou (胶州), en la provincia de Shandong (山东).
Fue precisamente en esa provincia donde en 1899 surgió el movimiento Bóxer, formado principalmente por campesinos pobres, obreros de industrias manufactureras, vagabundos, comerciantes ambulantes y demás. Los extranjeros en China los bautizaron con el nombre de bóxers porque muchos de sus miembros únicamente utilizaban las artes marciales como arma contra el enemigo. Sus primeras acciones antioccidentales se centraron en la destrucción de iglesias cristianas y el asesinato tanto de misioneros como de conversos chinos.
En el año 1900, con el apoyo de la emperatriz viuda Cixí (慈禧), quien quería utilizar el movimiento para expulsar a los extranjeros sin que se la pudiese acusar de ello, los Bóxers extendieron sus actividades a Tianjin y Pekín. Para ganarse su favor, la emperatriz promulgó un decreto que reconocía a los Bóxers como grupo legal autorizado a expresar públicamente su descontento. Tras ese edicto, los Bóxers entraron en Pekín y realizaron manifestaciones antioccidentales, pegaron carteles revolucionarios y repartieron octavillas entre la población. Hacia la mitad de 1900, los Bóxers ocupaban casi toda la ciudad de Pekín y toda Tianjin.
En junio de ese mismo año, las potencias imperialistas reunieron un ejército de agresión (según los chinos) para acabar con la rebelión: fue el famoso Ejército aliado de las ocho potencias (八国联军, Baguolianjun), formado por tropas de Gran Bretaña, Francia, EE. UU., Rusia, Japón, Alemania, Italia y el Imperio austrohúngaro. Su objetivo era liberar el barrio de las embajadas en Pekín, que en aquellos momentos se veía sometido al cerco de los Bóxers.
Las tropas extranjeras llegaron por barco a Tianjin, y allí se enfrentaron a la guarnición de la batería portuaria de Takú (大沽), como ya había sucedido en la Segunda Guerra del Opio. Al principio, Bóxers y soldados imperiales plantaron cara conjuntamente a los refuerzos occidentales. Mientras tanto, en Pekín, los Bóxers asesinaron al embajador alemán en plena calle, lo cual provocó que los representantes diplomáticos británico, francés y estadounidense presentasen un ultimátum a la emperatriz Cixí exigiéndole la represión de los rebeldes, de lo contrario lo harían las tropas ocupantes.
La emperatriz se enfureció y ordenó que el ejército imperial ayudara aún más a los Bóxers en su lucha contra las potencias extranjeras. No obstante, días más tarde, al haber caído Tianjin en manos de los aliados, la emperatriz Cixí decidió retirar su apoyo a los Bóxers, que en ese momento atacaban las embajadas extranjeras en Pekín.
Cuando los ejércitos aliados llegaron a Pekín por tren desde Tianjin, la emperatriz huyó a Xi’an (西安) dejando órdenes de que el ejército imperial ayudase a los invasores a eliminar a los Bóxers. Esta orden la dio para congraciarse con el enemigo y evitar posibles represalias. Sin embargo, los aliados no estaban dispuestos a morder el anzuelo y, tras ocupar Pekín, instalaron su cuartel general en el mismísimo Palacio imperial (la Ciudad Prohibida) y sometieron la capital a un intenso saqueo en el que participaron tanto soldados como oficiales e incluso religiosos.
En el asalto a la capital también participó un batallón de soldados chinos a las órdenes de los británicos. Aunque es un hecho obviado, cuando no ocultado deliberadamente por los historiadores chinos, lo cierto es que dicho batallón recibió los elogios tanto de sus correligionarios de armas británicos como de la prensa occidental, quienes loaron el ardor y el coraje mostrado por aquellos soldados chinos durante la batalla para romper el cerco a las embajadas extranjeras en Pekín.
Finalmente, en 1901 el gobierno Qing firmó un protocolo con los vencedores —el Protocolo Bóxer. Dicho documento supuso un duro golpe para la soberanía del pueblo chino. En él se estipularon toda una serie de sanciones económicas contra China y diversas prerrogativas a favor de los aliados: se impusieron fuertes indemnizaciones al gobierno Qing, tomándose los impuestos aduaneros como garantía de pago; se prohibió cualquier manifestación popular antiextranjera, que desde entonces debía ser reprimida por las propias autoridades chinas; se desmanteló la batería portuaria de Takú en Tianjin, dejando así desprotegida la puerta marítima de la capital; se permitió a los extranjeros acantonar tropas a lo largo de la línea de ferrocarril entre Pekín y Shanhaiguan (el paso de la muralla).
Asimismo, el barrio de las embajadas en la capital quedó fuera de la jurisdicción de la ley china y los aliados obtuvieron el derecho a acuartelar tropas en Pekín para proteger sus legaciones. Para colmo, los ciudadanos chinos tendrían vetada la entrada al barrio de las legaciones extranjeras.
Un hecho sumamente desconocido, incluso en España, es que las negociaciones con las autoridades chinas conducentes a la firma del Protocolo Bóxer fueron encabezadas y dirigidas por el embajador español en Pekín, Bernardo Cólogan, en representación del resto de países extranjeros implicados en el conflicto.
La elección del diplomático español por parte de los demás embajadores y su aceptación por el gobierno chino como interlocutor válido para la negociación fueron debidas a que España fue el único país con legación diplomática en Pekín que no envío tropas para liberar el barrio de las embajadas cercado durante 55 días por las hordas Bóxer, y por tanto mantenía su prestigio y credibilidad intactos a los ojos del gobierno chino.
Su contribución al restablecimiento de la paz, la amistad y las relaciones diplomáticas entre las potencias extranjeras y la dinastía Qing fue reconocida al más alto nivel tanto por la emperatriz viuda Cixí como por el emperador Guangxu, quienes agradecieron la importante labor diplomática del embajador Cólogan y de España mediante el regalo de dos leones guardianes imperiales, cuyas figuras de piedra siguen, hoy día, custodiando la entrada de la embajada española en Pekín.
El fracaso de la Rebelión Bóxer dejó claro una vez más que el pueblo alzado en armas de manera espontánea, como ocurrió durante la Rebelión Taiping, era incapaz de vencer tanto a las fuerzas imperialistas como a sus acólitos reaccionarios en la corte. La incipiente burguesía china comprendió, de manera inequívoca, que el gobierno Qing era irremediablemente débil y corrupto y que debía derrocarlo cuanto antes por el bien de la nación china. Por ello, la Rebelión Bóxer es considerada como el preludio de la Revolución de Xinhai en 1911, el levantamiento militar y burgués que en pocos meses acabó con dos mil años de sistema monárquico imperial ininterrumpido en China.