SUMARIO
Ante los desafíos a su seguridad tanto dentro como fuera de sus fronteras, la República Popular China despliega una serie de estrategias que tienen como objetivo prioritario el combate contra el terrorismo islamista en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, la lucha preventiva contra ese mismo fenómeno en el Asia Central y el lanzamiento de iniciativas económicas para aunar a sus vecinos en proyectos mutuamente beneficiosos que procuren el crecimiento y el desarrollo económicos en toda la periferia del gigante asiático.
Dentro de sus fronteras, Pekín lucha sin contemplaciones contra el MITO (Movimiento Islámico del Turquestán Oriental) organización yihadista suní integrada por radicales de etnia uigur, el grupo étnico aún mayoritario en Xinjiang. El grupo fundado por Hasan Mahsum, también conocido como Hasan o Ashan Sumut y Abdu-Mohammad o Abu-Muhammad al-Turkestani (su nombre fuera de China) ha perpetrado actos terroristas de una violencia insólita, equiparables a los cometidos por Al-Qaeda o el Estado Islámico.
En Oriente Medio, la presencia de miembros del MITO ha sido reconocida por Pekín por boca de su enviado especial para la región, Wu Shike. Yihadistas chinos reciben entrenamiento en Oriente Medio desde al menos 2012. Desde 2014 operan en Siria e Irak bajo los auspicios del autoproclamado Estado Islámico y su número ascendería a los 300 efectivos.
En su periferia, Pekín avanza sus estrategias preventivas contra la radicalización islamista mediante el lanzamiento de iniciativas basadas en la construcción de grandes obras de infraestructura que le permitan tender puentes y tejer alianzas con sus vecinos.
La iniciativa comúnmente conocida como la Nueva Ruta de la Seda, cuyo nombre oficial es Una Franja, Una Ruta, es el proyecto más ambicioso de Pekín hasta la fecha. En el marco de esta iniciativa se prevé construir toda una serie de infraestructuras de gran envergadura que deberían servir, si la contraestrategia de Washington no lo impide, para que China calme las tensiones con sus vecinos y genere un clima de cooperación mutua basado en el beneficio recíproco y compartido.
Esta serie de esfuerzos por parte de Pekín no tiene sino un único y mismo objetivo: sentar las bases para lograr la estabilidad política y el crecimiento económico inclusivo en las regiones que circundan al gigante asiático.
ANÁLISIS
En el presente artículo analizamos las principales estrategias de China para afrontar el desafío que el terrorismo, en particular el de corte islamista, representa para su auge político y económico. Nuestro análisis parte de un postulado fundamental: la República Popular China está cercada en sus propias fronteras por una serie de movimientos fundamentalistas, en su mayoría de carácter islamista, que la envuelven por el Asia Central, la región de Af-Pak y todo el Sudeste Asiático con término en las Filipinas. A esta situación hay que sumar el cerco marítimo al que lo someten EE. UU. y sus aliados, con Japón a la cabeza, en los mares de China y en la región de Asia-Pacífico.
Siempre haciendo gala de una diplomacia basada en la resolución pacífica de los conflictos, Pekín intenta desplegar una serie de estrategias que puedan hacer frente a los diversos focos de tensión que limiten o impidan su desarrollo económico y la consolidación de su estatus como nueva potencia mundial. Dichas estrategias están estrechamente vinculadas con la búsqueda recíproca de la prosperidad económica y la estabilidad política con todos sus vecinos y con todos aquellos países que deseen cambiar el tutelaje de Washington por la asociación con un país que aplica estrictamente la política de no injerencia en los asuntos internos de sus socios.
Las estrategias chinas para afrontar los desafíos a su seguridad provenientes del terrorismo islamista podrían resumirse en una terna: el desarrollo de programas de infraestructuras para conectar a China con sus vecinos, el lanzamiento de iniciativas económicas regionales para vincular a estos en proyectos mutuamente beneficiosos y el incremento de su presencia militar en el extranjero para proteger sus intereses comerciales y sus vías de suministro energético.
La Nueva Ruta de la Seda es el pilar fundamental de esa tríada, un proyecto faraónico que permitirá a China tejer una red de alianzas estratégicas con Rusia y los países del Asia Central (los –stán) cuyo objetivo primordial es el de generar prosperidad económica y social en las provincias occidentales de China, en especial en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, donde Pekín mantiene un pulso con el MITO. La iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda incluye también una ruta marítima que permitirá a Pekín rebajar las tensiones con sus vecinos en los mares de China.
En efecto, en el mar de la China Oriental, Pekín y Tokio se disputan la soberanía sobre las islas Diaoyu o Senkaku, respectivamente en chino y japonés. Taiwán, o mejor dicho la República China, también las reclama con el nombre de Tiaoyutai. El principal interés de estas islas es el económico, puesto que son aguas con grandes bancos de pesca e importantes yacimientos de hidrocarburos. No obstante, el factor geoestratégico también reviste una importancia capital.
En el mar de la China Meridional o mar de la China, Pekín mantiene disputas con Filipinas y Vietnam por la soberanía y el control de las Islas Spratly y Paracelso, un grupo de cientos de arrecifes e islotes ricos en pesca e hidrocarburos. China acusa a Filipinas de disparar a sus barcos pesqueros y de ocupar islotes que considera bajo su soberanía. Por su parte, Filipinas reclama su soberanía sobre los islotes y arrecifes al oeste de sus costas y acusa a China de destruir los ecosistemas marinos.
Vietnam se encuentra en el mismo mar y con los mismos intereses. La enemistad entre China y Vietnam viene de antiguo. En la actualidad, ambos países mantienen un contencioso por la soberanía de las islas Paracelso. Según China, Vietnam ocupa la mitad de todo ese archipiélago que Pekín reclama como suyo, mientras que Hanói llama al mar de la China Meridional como mar Oriental y reclama la soberanía completa sobre la zona.
Frente a esta situación, China despliega una doble estrategia: la modernización de su Armada para afrontar los desafíos directos en sus mares y proteger sus vías de suministro por mar, más el lanzamiento de la Nueva Ruta de la Seda, programa que engloba dos iniciativas principales: la Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI. El objetivo de tan ambicioso plan es garantizar el suministro energético vía el Asia Central y romper el cerco marítimo al que EE. UU. somete a China en el Pacífico.
En lo tocante a su cerco por tierra, es decir, por el Asia Central, la estrategia Una Franja, Una Ruta (One belt, One road) permitirá a China aunar a Rusia y a las ex Repúblicas soviéticas del Asia Central en un proyecto común, inclusivo y mutuamente beneficioso. Asimismo, Pekín se ha involucrado mucho más en el conflicto sirio de lo que hiciera en Libia, donde prácticamente pasó inadvertida, por no decir que, junto a Rusia, dejó a su suerte a Muamar el-Gadafi. De los errores se aprende.
Desde el inicio de la agresión yihadista a Siria, China ha tomado conciencia de que la lucha, tanto preventiva como activa, contra el flagelo del terrorismo islamista o cualquier otra manifestación del extremismo religioso es la condición sine qua non para el desarrollo armonioso de sus iniciativas económicas y para garantizar la cohesión social, étnica y nacional en todo su territorio. En este sentido, la lucha contra el MITO, tanto en China como en el extranjero, reviste una importancia capital para el gobierno chino.
La presencia militar china en el extranjero continúa incrementándose en los últimos años y es directamente proporcional al ascenso de categoría de Pekín en la arena internacional. A través de su alianza con Rusia en la Organización de Cooperación de Shanghái, China participa activamente en maniobras y ejercicios militares en el Asia Central y recientemente en los mares de China. Su pertenencia a la citada organización le permite mantener contactos al más alto nivel con los países por donde debe transitar la Nueva Ruta de la Seda, creando un marco de entente y colaboración en la lucha contra el flagelo islamista en el Asia Central, especialmente en el valle de Ferganá en Uzbekistán y Tayikistán.
El puerto de Gwadar en Pakistán y la flamante base naval de Yibuti, junto a los puertos e instalaciones logísticas que conforman el llamado collar de perlas chino, más los recientes contactos con Irán para que China también pueda disponer de un puerto en el Golfo Pérsico, completan un despliegue militar de perfil bajo pero que crece a un ritmo sostenido.
No obstante, una hipotética presencia militar china en Siria se nos antoja todavía improbable. La participación directa de Pekín en el conflicto sirio provocaría represalias del Estado Islámico y demás grupos yihadistas contra China, echando al garete los frutos de una diplomacia y una estrategia antiterrorista basadas en la prudencia y el trabajo entre bastidores. Sin embargo, si China cometiera el craso error de implicarse militarmente en Oriente Medio, la celebración en Washington sería equivalente a la que causó la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS.
CONCLUSIÓN
En el presente artículo hemos analizado las estrategias desplegadas por Pekín para, por un lado, afrontar el desafío yihadista a su seguridad física dentro y fuera de sus fronteras y, por el otro, romper el cerco marítimo al que se ve sometido en el Pacífico por Estados Unidos y sus aliados de la ASEAN.
La lucha activa contra el MITO en Xinjiang y la preventiva en el Asia Central con el lanzamiento y desarrollo de la Nueva Ruta de la Seda, junto a una diplomacia más atrevida y firmemente decantada a favor del régimen sirio en Oriente Medio (aunque sin implicación militar directa) están generando plataformas que servirán a China para seguir avanzando sus estrategias comerciales, económicas y geopolíticas en el continente euroasiático.
El lanzamiento de la Nueva Ruta de la Seda o iniciativa Una Franja, una Ruta está claramente dotado de sentido geoestratégico y puede proporcionar a China una vía de escape por su frontera occidental ante el acoso que sufre en sus propias aguas. No obstante, consideramos que existen dos desafíos mayores que podrían frustrar los planes de Pekín en el futuro.
Esos dos desafíos pueden resumirse en sendas palabras clave: tiempo e inestabilidad. El tiempo es una palabra íntimamente ligada al desarrollo de la civilización china y a su mentalidad. Por lo tanto, las estrategias de Pekín requieren del transcurso de un margen de tiempo suficiente para poder madurar y concretarse.
A su vez, cualquier proyecto que requiera tiempo necesita estabilidad. Estabilidad precaria o que brilla por su ausencia en las regiones donde China pretende desplegar sus estrategias: mares de la China Oriental y Meridional, el Sudeste Asiático, la región de Af-Pak, el Asia Central y Oriente Medio. Diríase que a Pekín no le gustan los retos sencillos.
Estados Unidos seguirá ejerciendo presión sobre China en el Pacífico y cuenta con la ayuda de sus aliados en la región para continuar pinchando las escamas del dragón en las zonas que Pekín se disputa con sus vecinos. En el Asia Central, para impedir el éxito de la Nueva Ruta de la Seda, Estados Unidos trabaja desde hace años con un aliado temible por su actuación asimétrica: el terrorismo islamista.
De hecho, la estrategia de Washington es doblemente beneficiosa porque permite matar dos pájaros de un tiro. En efecto, la promoción del extremismo islamista en el Asia Central no se ideó, en un principio, para frenar el desarrollo económico chino, sino para encerrar a Rusia en sus fronteras y desangrarla por su flanco sur.
En la actualidad, se puede utilizar los mismos activos que desestabilizaron Chechenia en su día y que ahora causan estragos en Siria e Irak (entre los cuales hay chinos uigures) para desbaratar los planes de Pekín e incluso fomentar la insurgencia islamista dentro de sus propias fronteras. Win-win situation para Washington y sus huestes.
Solo el tiempo nos dirá cuál es el resultado de la lucha de titanes emprendida entre China y Estados Unidos por el control de la región de Asia-Pacífico y del Asia Central. Lucha aparentemente regional pero con ramificaciones internacionales que podría desembocar en una conflagración mundial entre bloques o ejes ya claramente definidos, como son Pekín y Moscú por un lado, frente a Washington y sus aliados por el otro.
Mientras tanto, China seguirá avanzando sus planes para asegurarse de que nada ni nadie entorpece su crecimiento económico, clave para el mantenimiento de la cohesión social en un país que, debido a su ingente población, es preferible que se mantenga estable. No obstante, hay quienes no entienden algo tan sencillo.