El origen del pueblo manchú

El pueblo manchú tiene su origen en las tribus yurchen establecidas en el nordeste de China, que en el siglo XII fundaron la norteña dinastía Jin (金朝, 1115-1234). El pueblo yurchen (女真, nüzhen en chino) estaba formado por tribus de lengua tungús (familia altaica) que habitaban en las actuales provincias chinas de Heilongjiang y Jilin. Fueron derrotados por los mongoles en el siglo XIII y se vieron obligados a instalarse en el sur de Manchuria, en la actual provincia de Liaoning.

En el siglo XVI, Nurhaci, jefe de una de las tribus yurchen, unió a todas las tribus manchúes para luchar contra los chinos, quienes hasta entonces habían logrado mantenerlas separadas.

La dinastía Jin (1115-1234) fundada por el pueblo yurchen, antecesor de los manchúes.

Nurhaci unió a las tribus manchúes bajo un sistema de banderas o estandartes. Todos sus súbditos se dividían en cuatro unidades administrativo-militares llamadas qi (bandera). Posteriormente, tras la conquista de China, hubo un total de ocho banderas. Cada bandera contaba con un número determinado de militares y sus respectivas familias, además de artesanos, siervos y esclavos.

Uniformes y cascos militares de cada una de las banderas o estandartes.

En 1616, Nurhaci se autoproclamó emperador y llamó a su dinastía Jin posterior o Gran Jin, en honor al primer imperio Jin del siglo XII. En 1625 estableció su capital en Mukden, la actual Shenyang. El hijo de Nurhaci, Abahai (Hong Taiji, 1592-1643) conquistó la región de Liaoning y avanzó hasta el paso de la Gran Muralla o Shanhaiguan.

En 1635, Abahai cambió el nombre de su pueblo, hasta entonces llamado yurchen, por el de manchú (满族, manzu). Un año después, Abahai decidió emplear el término Qing (puro o pureza en chino) como título o divisa de gobierno de su dinastía y se proclamó emperador, marcando el inicio oficial de la dinastía Qing o Gran Qing, a pesar de que aún no había conquistado el Celeste Imperio.

Fundada como Jin posterior (后金, houjin) por Nurhaci en 1616, la dinastía Qing iniciada por Abahai en 1636 no conquistó China hasta la caída de Pekín (1644).

A partir de entonces los manchúes empezaron a ambicionar la conquista de toda China, aunque reconocían que para alcanzar el éxito debían preparase a conciencia. Precisamente, eso es lo que estaban haciendo desde su conquista de la provincia de Liaoning, donde con la ayuda de letrados y funcionarios chinos que trabajaban para ellos instauraron un gobierno basado en la estructura política y administrativa de los Ming. A partir de 1644, esa experiencia les sirvió para administrar y gobernar China desde la Ciudad Prohibida sin que el pueblo apenas notara que sus nuevos amos eran invasores extranjeros.

El ocaso y la resistencia Ming

En las postrimerías de la dinastía Ming, durante el reinado del emperador Chongzhen, la situación del pueblo chino era insostenible. La corte derrochaba muchísimo dinero y el emperador, controlado por los eunucos, se desentendía de los asuntos tanto políticos como financieros. Para mantener las arcas del Estado, el gobierno Ming impuso medidas draconianas para recaudar más dinero de campesinos, artesanos y mineros.

A partir de 1636, todos los grupos de descontentos que habían aparecido en China a causa de la insoportable presión fiscal se unieron bajo el mando de Li Zicheng, quien aconsejado por funcionarios de la academia Donglin, no solo decidió capitanear la revolución hasta provocar la caída del régimen, sino que fundó una efímera dinastía de la cual fue el primer y único emperador.

Li Zicheng, el rebelde campesino autoproclamado emperador. Su rebelión dio la oportunidad a los manchúes de entrar en China y conquistarla.

Cuando Li Zicheng conquistó Pekín, Wu Sangui, el general Ming a cargo de la defensa del paso Shanhaiguan, solicitó ayuda a los manchúes para aplastar la rebelión y recuperar la capital de manos de las huestes de Li Zicheng. El general Wu permitió la entrada en China a los manchúes porque estos le habían prometido retirarse una vez la rebelión fuera derrotada. En 1644, los manchúes tomaron Pekín y persiguieron a Li Zicheng y a sus seguidores hacia el sur.

Los manchúes, que disponían de muchos letrados chinos y estaban familiarizados con la cultura china desde hacía años, supieron ganarse la aceptación del pueblo chino al principio, puesto que devolvieron el orden a un país destruido por la revolución encabezada por Li Zicheng. El primer emperador manchú en subir al trono en China fue Shunzhi. No obstante, debido a su corta edad tuvo que delegar el poder al regente Dorgón.

El emperador Shunzhi (dcha.) y Dorgón, su regente.

A pesar de la conquista de Pekín en 1644, la invasión manchú del territorio chino no supuso la desaparición automática de la dinastía Ming, sino que esta resistió al invasor durante algunos años, hasta su claudicación definitiva cuando los últimos resistentes Ming que habían huido a Taiwán decidieron someterse al emperador Kangxi.

Hacia 1646 casi toda China ya estaba dominada por los manchúes. Solo en el sur del país se creó una bolsa de resistencia comandada por un heredero al trono Ming, el príncipe Gui. El general Wu Sangui, ya sin ambigüedades al servicio de los manchúes, ayudado por otros dos generales Ming, Shang Kexi y Geng Jimao, se encargó de liquidar dicha resistencia.

La isla de Taiwán fue el último lugar donde se resistió al invasor. La resistencia fue protagonizada por un pirata reconvertido en héroe popular por su fidelidad a la dinastía Ming: Zheng Chenggong (1624-62). Zheng recibió el sobrenombre de Coxinga (tb. Koxinga) por los neerlandeses.

Coxinga aceptando la rendición de los neerlandeses en el Fuerte Zelandia, cerca de la actual ciudad sureña de Tainán.

Zheng Chenggong luchaba contra los manchúes en las costas de Fujian. Debido a la presión manchú tuvo que refugiarse en Taiwán, pero para ello tuvo que expulsar a los holandeses primero. En 1683, durante el reinado de Kangxi, los manchúes conquistaron la isla, que a partir de entonces formó parte del Imperio del Centro.

Mientras tanto, los generales chinos que trabajaron para los manchúes crearon sus propios estados feudales, al margen del poder de Pekín. Cuando los manchúes decidieron poner fin a esa situación, aquellos se alzaron en armas contra sus nuevos señores. Comenzó la rebelión de los llamados «tres feudatarios». Tras arduas batallas, los manchúes vencieron y enterraron cualquier posibilidad de retorno de la dominación china.

Relaciones entre chinos y manchúes

Es motivo de controversia entre los historiadores por qué la dinastía Qing pervivió durante casi 300 años, teniendo en cuenta que los manchúes sólo representaban el 2 % de la población y el poco éxito que tuvieron los invasores precedentes, como los Mongoles, quienes apenas mantuvieron su dominación sobre China durante un siglo.

Algunos ven la causa en el hecho de que los manchúes supieron ganarse el favor de las elites chinas porque repartieron los puestos de poder entre ellos y los chinos, y sobre todo porque adoptaron incondicionalmente la ideología confuciana.

Sin embargo, también existen quienes creen que la sociedad china bajo el gobierno manchú estaba basada en el uso de la represión y la coerción, y que los chinos sufrían una gran discriminación, ya que no podían casarse con mujeres manchúes, no podían vivir en Manchuria y debían afeitarse el cráneo y dejarse una humillante coleta, la mal llamada coleta o trenza china (辮子, biànzi), que no era sino un estilo de peinado manchú.

Evolución en tres fases de la trenza manchú o biànzi (de izq. a dcha.).

En las ciudades se aplicaba a rajatabla la segregación racial con barrios separados para chinos y manchúes. No obstante, la historia coincide en presentar a la dinastía Qing como una época en la que se mantuvo el equilibrio entre el uso de la fuerza y los gestos conciliatorios para con la población china.

Los grandes emperadores manchúes

La dinastía Qing se puede dividir, con fines didácticos, en dos periodos. El primero se extiende desde su advenimiento en 1644 hasta 1800, en que China alcanzó su máximo apogeo en todos los aspectos relativos a una sociedad civilizada. Tanto es así, que la Europa del siglo XVIII, en plena Ilustración, estaba obsesionada con China, ya que esta era considerada como el paradigma de la sociedad racional (en cuanto a su gobierno) y la meca del despotismo ilustrado.

Expansión del Imperio manchú hasta 1800, cuando termina su etapa de máximo poderío y esplendor.

Esa percepción tan sesgada era debida, principalmente, a la difusión de los relatos de los primeros jesuitas, en los que se describía al Imperio del Centro como una sociedad cuasi perfecta, seguramente porque al residir aquellos en la corte y no con el pueblo llano, su visión del país se veía influenciada por tal circunstancia.

Debido a que la Europa del siglo XVIII estaba en plena ebullición intelectual, con el racionalismo como filosofía dominante, todo cuanto venía de China era considerado como el máximo exponente del buen gobierno y del buen hacer (la perfección de la porcelana, la pintura, etc.).

Precisamente fue durante aquel siglo cuando la dinastía Qing conoció a sus tres emperadores más proverbiales, quienes gobernaron China con un despotismo ilustrado envidiado en Occidente. Sanearon la economía, realzaron las artes y la cultura, fortalecieron el ejército y extendieron las fronteras del imperio hasta límites jamás conocidos. Las fronteras de la actual República Popular China fundada por Mao Zedong en 1949 siguen, grosso modo, el trazado de los límites territoriales de la dinastía Qing durante su periodo de máximo apogeo.

El emperador Kangxi

Kangxi (康熙), el primero de aquellos tres emperadores emblemáticos, gobernó China de 1654 a 1722. Fue entronizado con tan solo 7 años de edad. A los 13 años se deshizo de su regente, Oboi, y de los partidarios de este, y tomó las riendas del poder en China instituyendo la etapa de gobierno más gloriosa de la dinastía Qing.

Retrato del emperador Kangxi ya en avanzada edad.

Kangxi fue un emperador que atesoraba en su persona todas las condiciones morales prescritas por el confucianismo y que, además, procuraba conservar las tradiciones del pueblo manchú puesto que era un asiduo practicante del tiro con arco sobre caballo. Su figura homóloga en Occidente sería, salvando algunas distancias, la del monarca ilustrado o el hombre renacentista.

Las crónicas de los jesuitas lo describen como un emperador inteligente, capaz, curioso y honrado: “Siempre he sido capaz de aceptar que cometí errores”, dejó escrito él mismo, y su reinado así lo atestigua. Supervisaba personalmente los asuntos del imperio y, aun así, tenía tiempo para estudiar matemáticas con los jesuitas. Patrocinó la publicación de un diccionario de lengua china, el diccionario Kangxi (康熙字典, Kangxi Cidian), así como numerosos libros sobre temas de diversa índole.

Kangxi en su biblioteca vestido con una cómoda camisa magua.

Bajo su reinado se conquistó Taiwán, que desde entonces fue incorporada oficialmente al imperio chino. Conquistó el Tíbet, dominó a los mongoles y redujo a vasallaje a casi todos los pueblos fronterizos con China, obligándoles a rendir tributo ante la corte en Pekín una vez al año.

Kangxi fue un emperador que se rodeó de eruditos. Entre ellos se encontraban numerosos jesuitas que intentaron convertir al emperador al cristianismo, pero no lo lograron ya que para Kangxi la cultura china era netamente superior a la occidental y, sobre todo, porque advirtió las disensiones y contradicciones en el seno de la propia cristiandad.

El emperador Yongzheng

El segundo gran emperador de la dinastía Qing, Yongzheng (雍正), fue uno de los hijos de Kangxi. Llegó al poder tras usurpar el trono al heredero designado por su padre, su hermano Yingren, quien fue preparado especialmente para suceder a Kangxi. Gobernó China de 1723 a 1735, y fue un emperador capaz y eficiente, aunque bastante rígido e intolerante.

Retrato del emperador Yongzheng con armadura y casco.

Yongzheng saneó la economía a través de la mano dura en la recaudación de impuestos, que se extendió hasta los letrados y los nobles. Logró hacerlo porque aumentó el salario de los recaudadores, lo cual redujo su propensión a la corrupción. Fue un emperador autoritario que no permitió la existencia de facciones ni grupos de interés a su alrededor. Llegó a escribir un libro, de lectura obligada para todos en la corte y en los ministerios, en el que dejaba claro que el soberano estaba por encima de cualquiera y que todos debían tener muy claro este punto.

Se interesó por la poesía y los asuntos religiosos. No obstante, no favoreció a ninguna religión, y con la cristiana fue especialmente intransigente. Durante su reinado se expulsó a muchos jesuitas de China y se destruyeron no pocas iglesias. Su sucesor fue su cuarto hijo, Qianlong (乾隆), quien fuera uno de los emperadores más longevos y sobresalientes de la historia china.

El emperador Qianlong

Qianlong tenía 25 años de edad cuando accedió al trono (reinó de 1736 a 1795). Según las crónicas oficiales, la figura de Qianlong está muy mitificada, ya que se lo presenta como el emperador perfecto. Su reinado fue de gran refinamiento y esplendor. En él florecieron la arquitectura, la pintura, la porcelana y las lacas. Asimismo, su reinado sirvió de vector para la difusión de la cultura y la tecnología por todo el sur de China.

Retrato ecuestre de Qianlong. La obra parece inspirada en el cuadro Carlos V en Mühlberg pintado por Tiziano dos siglos antes.

En el año 1793, el embajador británico Lord McCartney arribó a China a la cabeza de una misión diplomática enviada por el rey Jorge III. No obstante, dicha embajada no interesó en absoluto al emperador Qianlong, quien no aceptó ninguno de los presentes que se le ofrecieron. Debido a la negativa de Lord McCartney y su séquito a realizar el kowtow ante el emperador, reverencia consistente en arrodillarse y tocar con la cabeza en el suelo, la embajada tuvo que volver a su isla con el rabo entre las piernas.

Caricatura sobre la recepción de la embajada de Lord McCartney por parte de Qianlong.

A pesar de que el emperador Qianlong representa el cenit de la dinastía Qing, durante la parte final de su reinado también se inició el declive inexorable de la dinastía manchú. Algunos atribuyen la responsabilidad del ocaso de los manchúes a un militar llamado Heshen (和绅), que fue ascendido a miembro del Gran consejo imperial por el propio emperador.

Heshen se enriqueció ilícitamente, sembró el terror entre los letrados a través de sus secuaces, reportó gastos de guerra ficticios y, debido a su nulidad como estratega, sucumbió ante las rebeliones musulmanas en la provincia de Gansu (1781-84) y de otras minorías en Yunnan, Taiwán y Nepal. La rebelión del Loto Blanco, a causa de la corrupción imperante en la corte, también estalló durante los últimos años del reinado de Qianlong.

En 1795, el ya anciano emperador abdicó en favor de su hijo Jiaqing (嘉庆), quien reinó de 1796 a 1820. A partir de entonces, China se adentró en una senda jalonada de guerras tanto civiles como de agresión extranjera, convirtiéndose en un gigante con pies de barro incapaz de defenderse, humillado por los tratados desiguales y mermado financieramente por las compensaciones de guerra impuestas por las potencias extranjeras.

Artículo publicado el 28 de febrero de 2016 en rgnn.org y actualizado el 3 de mayo de 2024 para su publicación en Blog GRIP.