La Guerra Fría, que nunca llegó a materializarse en una confrontación bélica en Europa, sí se libró a sangre y fuego en la rivera occidental del Pacífico. La disuasión nuclear de Washington no impidió que Indochina y Corea padecieran cruentos enfrentamientos civiles con el apoyo respectivo de los dos bloques que se repartieron el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. La proclamación de la República Popular China en 1949 no hizo sino impulsar esos movimientos nacionalistas vestidos de comunistas.
En este contexto, la figura del general Douglas MacArthur, gran triunfador de la campaña aliada del Pacífico y administrador militar del Japón, resurgió con fuerza cuando fue designado comandante de la Misión de las Naciones Unidas en Corea del Sur. En realidad, en calidad de comandante del Ejército de los Estados Unidos en el Extremo Oriente, MacArthur ya había iniciado las primeras acciones militares en la península coreana cuando tropas de Corea del Norte cruzaron el paralelo 38 el 25 de junio de 1950. Movimientos que el presidente Harry Truman tuvo que aprobar una vez ya se habían realizado.
La falta de entendimiento entre MacArthur y Truman ya era entonces de dominio público, aunque Truman prefirió mantener al otro lado del océano al popular héroe de la victoria norteamericana sobre el Japón, y dejarle administrar militarmente el archipiélago nipón y, por ende, todo el Pacífico occidental. Pero pronto se evidenció que el carácter radical y la honda determinación de MacArthur, especialmente contra el apoyo de la China de Mao Zedong a la ofensiva norcoreana, representaban un problema para mantener el equilibrio entre bloques.
El general llegó a plantear sin complejos el recurso al armamento nuclear para acabar con la amenaza china, aconsejando a su vez un fuerte apoyo militar y económico al gobierno de la República de China (el Kuomintang) sito en la isla de Taiwán y un bloqueo marítimo y comercial a la República Popular. Propuestas que desde Washington se descartaron sin apenas tenerlas en consideración.
Rechazada su estrategia de encierro militar contra la China comunista, MacArthur no dudó en atacar a Truman y a su administración en los medios y filtrar a senadores republicanos informes sobre las consecuencias de las decisiones gubernamentales en Corea, donde el ejército estadounidense había desplazado a casi medio millón de efectivos y sumado más de 50.000 bajas.
El 11 de abril de 1951, Truman firmó la orden de relevo de MacArthur de sus funciones como comandante supremo de las potencias aliadas, comandante en jefe del Mando de las Naciones Unidas en Corea y comandante en jefe del Ejército de Estados Unidos en el Extremo Oriente. Washington obligaba al triunfador de la campaña del Pacífico a abandonar el escenario que le había convertido en héroe.
MacArthur se desquitó ante el Congreso pocos días después, el 19 de abril de 1951, con un discurso sin pelos en la lengua y que analizamos aquí en lo relativo a su opinión sobre el peligro representado por China. Su análisis geopolítico vislumbra acontecimientos hasta entonces no analizados, como la conversión de la República Popular China en un foco de poder internacional. Desde luego, el tiempo ha acabado por dar la razón a MacArthur.
MacArthur creía que si el enemigo podía dividir su fuerza en dos frentes, el deber de Estados Unidos era contrarrestar su esfuerzo en sendos frentes. Se refería, evidentemente, a la amenaza global del comunismo, con la URSS y China como máximos exponentes. Su avance exitoso en un sector amenazaba con la destrucción de todos los demás. No se podía ceder terreno al comunismo en Asia sin socavar simultáneamente los esfuerzos para detener su avance en Europa.
Según el general, comprender los cambios que entonces ocurrían en China continental requería estudiar los cambios en el carácter y la cultura chinas durante los 50 años previos a la proclamación de la República Popular. Antes de 1911, año en que se proclamó la primera república, China no era una nación homogénea y se dividía en grupos aún más divididos entre sí. La tendencia a la guerra de agresión en el exterior era casi inexistente, empero, ya que todavía seguían los principios del ideal confuciano de cultura pacifista.
Tras la caída de los manchúes, los esfuerzos por lograr una mayor homogeneidad produjeron el inicio de un impulso nacionalista bajo el régimen de Zhang Zuolin. Esto obtuvo mayor éxito bajo el liderazgo de Chiang Kai-Shek, pero llegó a su máxima expresión bajo el régimen comunista de Mao Zedong, hasta el punto de que tras 1949 adquirió el carácter de un nacionalismo unido de tendencias cada vez más dominantes y agresivas.
Al principio, MacArthur creía que el apoyo de los comunistas chinos a los norcoreanos era una estrategia de defensa avanzada para proteger la integridad territorial. Pero la agresividad mostrada por los chinos no solo en Corea, sino también en Indochina y Tíbet, y que apuntaba aún más hacia el sur, reflejaba para el general el mismo afán por la expansión del poder que ha animado a todos los aspirantes a conquistadores desde el principio de los tiempos.
En cambio, explicaba MacArthur para poner el contrapunto al comunismo asiático, desde el fin de la guerra el pueblo japonés experimentó la mayor reforma registrada en la historia moderna. Con una voluntad encomiable, un afán de aprender y una marcada capacidad de comprensión, de las cenizas dejadas tras la guerra, Japón erigió un país basado en la supremacía de la libertad individual y la dignidad personal, y en el proceso subsiguiente formó un gobierno verdaderamente representativo, comprometido con el avance de la moral política, la libertad de empresa y la justicia social.
En Formosa (Taiwán), el gobierno del Kuomintang tuvo la oportunidad de refutar con acciones y hechos muchos de los vicios perniciosos que socavaron la fuerza de su liderazgo en China continental. El pueblo taiwanés era gobernado de manera justa y moderna con representación mayoritaria en los órganos de gobierno, y política, económica y socialmente avanzaba a través de cauces sólidos y constructivos.
Si bien MacArthur no fue consultado sobre la decisión del presidente de intervenir en apoyo de la República de Corea, esa decisión, desde un punto de vista militar, fue acertada y recibió el beneplácito del general, puesto que se consiguió rechazar al invasor y se diezmaron sus fuerzas.
Pero cuando Pekín intervino con fuerzas terrestres muy superiores en número, propició una coyuntura completamente nueva y que no se había contemplado cuando las fuerzas comandadas por MacArthur se comprometieron a rechazar a los invasores norcoreanos. La situación exigía nuevas decisiones en el ámbito diplomático que permitieran un reajuste realista de la estrategia militar, pero tales decisiones no se produjeron.
Si bien MacArthur no abogaba por el envío de fuerzas terrestres a China continental, ni tampoco lo pretendió Washington, la nueva situación exigía, urgentemente, una revisión drástica de la planificación estratégica si el objetivo político era derrotar a este nuevo enemigo como se había hecho con el anterior.
Pero aparte de la necesidad militar, el general apuntó como necesarias otras medidas como la intensificación del bloqueo económico contra China, la imposición de un bloqueo naval, el fin de las restricciones de los vuelos de reconocimiento aéreos sobre la costa de China y en Manchuria y el fin de las restricciones a las fuerzas del Kuomintang en Taiwán, concediéndoles apoyo logístico para contribuir a las operaciones de la ONU contra el enemigo común.
Por albergar estos puntos de vista, todos pensados para apoyar a las fuerzas estadounidenses y de la ONU en Corea, poner fin a las hostilidades lo antes posible y salvar así innumerables vidas estadounidenses y aliadas, el general Douglas MacArthur fue severamente criticado. Solicitó refuerzos pero se le informó de que no los había.
Con aquellos refuerzos, el general podría haber aguantado en Corea mediante maniobras constantes y en un área aproximada donde las ventajas de las líneas de suministro del ejército onusiano estuvieran en equilibrio con las desventajas de la línea de suministro del enemigo, pero en el mejor de los casos solo se podía esperar una campaña indecisa con su terrible y constante desgaste de las fuerzas propias ante un enemigo que utilizaba todo su potencial militar.
Volviendo al tema del uso del arma atómica, aunque MacArthur pretendía usar bombas atómicas para contener a China y finalmente ganar la Guerra de Corea, nunca lo expresó en público y de manera explícita. En su libro de 1964, titulado “Gen. Douglas MacArthur” (Gold Medal Books, Greenwich, Connecticut), el periodista Bob Considine escribió lo siguiente: “El plan final de MacArthur para ganar la guerra de Corea me fue explicado por el general en el curso de una entrevista en 1954 en su 74º cumpleaños.”
Por tanto, el general MacArthur solo desveló su intención de usar el arma atómica contra China en una entrevista a un periodista en una fiesta de cumpleaños, y esa parte de la entrevista nunca se publicó en ningún rotativo, sino que vio la luz 20 años más tarde cuando Considine la publicó en un libro biográfico sobre MacArthur.
Según palabras de MacArthur, el ejército de la ONU bajo su mando podría haber ganado la guerra en Corea en un máximo de 10 días una vez que la campaña estuviera en marcha, y con un número considerablemente menor de bajas que las sufridas durante el llamado período de tregua, alterando así el curso de la historia.
La estrategia del general habría consistido, primero, en eliminar de los cielos al enemigo. Para ello habría arrojado entre 30 y 50 bombas atómicas tácticas, de pequeña potencia, en sus bases aéreas y otros depósitos en Manchuria, desde el otro lado del río Yalu en Antung, en el extremo noroeste de Corea, hasta las proximidades de Hunchun, en el extremo noreste de Corea, cerca de la frontera con la URSS.
Con la destrucción del poder aéreo del enemigo, MacArthur habría solicitado medio millón de efectivos al general nacionalista chino Chiang Kai-shek en Taiwán, apoyadas por dos divisiones de Marines. Estos se habrían constituido en dos fuerzas anfibias dirigidas por una de las divisiones de Marines. Habrían desembarcado en Antung y se habrían dirigido hacia el este a lo largo de la carretera que discurre paralela al río Yalu.
Ante la posible respuesta china consistente en acumular refuerzos en el río Yalu y cruzarlo de nuevo con gran ímpetu, como ya lo habían hecho antes, el plan de MacArthur consistía en que las fuerzas anfibias bajo su mando se movieran hacia el sur, dejando tras de sí un cinturón de cobalto radiactivo desde el mar del Japón hasta el mar Amarillo.
Tal cinturón o cordón sanitario podría haberse propagado desde vagones, carros, camiones y aviones, al no ser el cobalto un material caro. El cobalto tiene una vida activa de entre 60 y 120 años, por lo que, siempre según MacArthur, durante al menos 60 años ni chinos ni norcoreanos hubieran podido intentar una nueva invasión terrestre de Corea del Sur.
En su libro, Considine también citó a MacArthur diciendo: “La tregua a la que accedimos, ese tremendo error de negarnos a ganar cuando podríamos haber ganado, le dio a China el tiempo que necesitaba para reagruparse. Tras la tregua, los aeródromos primitivos en Manchuria se transformaron en instalaciones modernas con pistas de varios kilómetros de longitud.
China tenía solo un área concentrada en la producción de armamento antes de que Truman relevara a MacArthur en 1951. Cuando concedió la entrevista, en 1954, China ya había construido o estaba construyendo cuatro áreas más. MacArthur añadió, proféticamente, que en 50 años, es decir, en 2004, si China seguía desarrollando sus instalaciones de construcción de aviones se convertiría en una de las principales potencias militares del mundo.
MacArthur se plañía de que tuvo en su poder destruir al ejército rojo de China y su capacidad militar, y posiblemente para siempre, pero fue víctima de un grupo de aislacionistas y jefes del Estado Mayor Conjunto que le negaron la oportunidad de llevarlo a cabo.
Tras conocer el osado plan de MacArthur, la pregunta que asoma al instante es si realmente hubiera empleado armas atómicas en Corea y en territorio chino, como afirmó en la entrevista concedida a Considine. Uno de los ayudantes del general, el coronel Sid Huff, escribió en sus memorias de 1951 “Mis 15 años con el general MacArthur”: “Creo que no le gustó el uso de la bomba atómica contra Japón, aunque nunca lo escuché expresar una opinión directa sobre esa cuestión antes o después de Hiroshima.”
Sin embargo, en un memorando al presidente Eisenhower en diciembre de 1952, MacArthur sugirió básicamente el mismo plan que compartió con Considine. En cualquier caso, el Estado Mayor Conjunto, encabezado por Omar Bradley, se opuso a ello. Una posible razón podría haber sido el clima, puesto el viento y las lluvias podrían haber transportado la radiación de las explosiones nucleares y del cobalto del cordón sanitario propuesto por MacArthur a Corea del Sur y al Japón ocupado por los Aliados.